Ya te extraño, Vargas Llosa
Ustedes no lo saben, pero ayer murió mi autor favorito. Seguro sí saben que murió, pero no que era mi favorito porque no lo menciono con tanta frecuencia como a otros. No lo menciono tanto porque tiene mucho que no lo leo. La verdad es que no me acuerdo cuándo fue la última vez que leí a Mario Vargas Llosa, estoy casi segura que fue La Ciudad y los Perros, que no me fascinó, pero es que es innegable que Vargas Llosa era un señor escritor y no cualquier cosa.
He tenido dos razones importantes para dejar de leerlo. La primera es la económica, es que sus libros son caros. Hace algunos meses encontré varias ediciones de su autoría en una librería de viejo y me salían igual que comprarlos nuevos, por ese precio me podía comprar dos nuevos en inglés. Aunque usted no lo crea, leer en inglés es mucho más barato que en español. No es por malinchismo que leo más en inglés.
La segunda razón es un poco más complicada. Con el paso del tiempo y el desarrollo de mi lóbulo frontal me he vuelto más crítica en mis lecturas. Como he mencionado con anterioridad, hay temas que ya me incomodan y que me resultan muy difícil superar.
Vargas Llosa no era un hombre de esta generación. Él creció en un contexto cultural e histórico totalmente diferente al de hoy en día, en el que era muy aceptable ser muy macho. Su obra desborda energía masculina, creo yo. No es algo necesariamente malo, porque siempre hay que considerar el contexto del autor, pero es algo que ya me resulta incómodo. No estoy diciendo que el señor sea misógino, pero en sus historias abundan las mujeres víctimas de abusos, escenas sexuales sórdidas, pedofilia y en general una visión muy masculina de esas problemáticas. Dejé de leer a Vargas Llosa porque en el fondo me dio miedo lo que pudiera encontrar o más bien lo que pudiera perder.
No he tenido buenas experiencias re-leyendo algunos de los libros que alguna vez amé. Sostengo que son increíbles obras literarias, pero es que hay elementos que no aguantan el paso del tiempo. No envejecieron bien. Es triste que de alguna manera pierdo lo que representaban para mí. Se arruina. Es regresar a los lugares de la infancia y darnos cuenta que el parque nunca fue tan grande ni la resbaladilla tan alta.
Estoy convencida de que no sería quién soy hoy si no hubiera leído Travesuras de la Niña Mala cuando lo hice. Para bien y para mal. Me enamoré perdidamente de ese libro y de Mario Vargas Llosa. La primera vez que lo leí, fue en inglés. ¿Por qué? Por estúpida. También porque no tenía idea de quién era el autor, la edición me pareció muy bonita y casi no había leído latinoamericanos hasta entonces. Fue hasta que lo empecé a leer que me di cuenta que el lenguaje original era el español.
Aunque es un libro de romance, no puedo decir que sea una historia particularmente bonita. Uno lo lee para sufrir, pero sufre bonito porque es por amor. Este libro es la historia de amor entre Ricardo Somocurcio y Otilia, la niña mala, su amor imposible de toda la vida. Se encuentran y reencuentran en diferentes etapas de su vida y en diversas ciudades del mundo, porque muy internacional. Y es sobre un amor incondicional, aunque en su mayoría unilateral.
La niña mala es un espíritu libre con poca responsabilidad afectiva y Ricardo siempre estuvo. A pesar de todo. ¿Qué tanto cambiaron mis expectativas sobre el amor romántico al leer la frase: "Me bastó verla para descubrir que, en estos años, no la había olvidado un solo momento, que estaba tan enamorado de ella como el primer día"? Imposible saberlo. ¿Arruinó a todos los hombres para mí? Seguramente. Es un libro muy hermoso, pero hay situaciones muy cuestionables. Mientras escribo esto me pregunto si alguno de ustedes lo va leer y, si no es tan bueno como digo, si cambiará la perspectiva que tienen de mí como persona. O la que tengo yo de mí misma.
Sin embargo, adoro a ese señor de moral cuestionable. Cuestionable porque se casó con su tía (política); años más tarde con su prima (hija de la hermana de su primera esposa); y 50 años después la dejó por la mamá de Enrique Iglesias. Un hombre de familia, claramente.
Hasta este momento me doy cuenta de lo mucho que ese señor significaba para mí. Lo mucho que lo admiraba. Porque sus libros son hitazos. Algunos me gustan más que otros, pero no se puede negar que sabe escribir envidiablemente bien. Sabía. Y recuerdo haber leído tan rápido La Fiesta del Chivo, una verdadera joya.
La Tía Julia y el Escribidor está por siempre ligado a mi memoria con el momento en que tomé la decisión de estudiar periodismo. Después de una vida de no saber que iba a hacer con mi vida, cuando se acercaba el momento de tomar una decisión elegí mi carrera primero descartando mis debilidades, que académicamente eran muchas, y no fue difícil llegar a las humanidades. No digo que estudié periodismo por Vargas Llosa, pero no sé si hubiera llegado a esa conclusión sin él. Sin La Tía Julia. Él lo hacia parecer divertido y yo quería aprender a escribir. Me encantó mi carrera, nunca dudé de mi elección. Aunque ahora trabajo en marketing digital, sí aprendí a escribir.
Mario Vargas Llosa es de las pocas figuras públicas que sí quería conocer. Siempre digo que no quisiera conocer a nadie famoso, porque no sabría qué decir. ¿Cómo le explico a Julian Casablancas lo mucho que significa para mí sin sonar como un cliché? Sin que sea algo que han escuchado 20 millones de veces antes. No se puede. Pero por algún motivo me hubiera encantado estar en la presencia de Vargas Llosa. Ver en persona al hombre que le dejó un ojo morado a García Márquez; al aspirante a la presidencia de Perú; al que escribía de forma tan maravillosa.
En el gran plan de las cosas, no hace ninguna diferencia si lo dejé de leer o no. Si lo dejé de nombrar mi autor favorito o no, porque al final sí es. Porque soy quién soy gracias a lo que amé y porque bastó con leer esa frase de La Niña Mala para saber que igual que Ricardo, yo tampoco la dejé de amar.
Pero me siento triste de haberlo relegado tantos años. Curiosamente hace un par de meses me traje algunos de los libros de su autoría que tenía en casa de mis papás, pensando que este podía ser el año en el que los volvería a leer. Y sí va a ser, porque hoy lo extraño, y porque con su muerte, inevitablemente, comprar sus libros va a ser todavía más caro.
Pero no me pregunten a mí, yo sólo soy una chica.
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