Smoke Gets in your Eyes

Dejé de poner atención y de pronto llevaba 15 años siendo fumadora. 

Mi primer cigarro lo probé a los 14 años, aunque no comencé a fumar con semi-regularidad hasta un año después. Probablemente siempre fui una fumadora, en mi corazón. La primera vez que me ofrecieron un cigarro, un Marlboro rojo, no lo quería aceptar. No porque me diera miedo o no quisiera, simplemente sabía que no habría vuelta atrás, como si ya hubiera sabido que yo iba a ser fumadora. Creo que solo quería retrasar el comienzo porque sabía que una vez que cruzara esa barrera cada vez sería más y más fácil. 

Y lo fue.

Un día en camino a la prepa, en el coche de la mamá de mi mejor amiga, un señor en el radio dijo: "Empecé a fumar por la misma razón que todos empiezan a fumar: por imbécil". Yo traía una cajetilla en la mochila. Nunca he disfrutado fumar como actividad, pero sí como un concepto. O como idea. En ese entonces estaba fuertemente influenciada por Skins, en donde todos fumaban; Margot Tenenbaum, haciendo que su vicio secreto fuera parte de su encanto; Don y Betty Draper siendo la pareja más hermosa del universo; por mencionar algunos. Entonces, confirmo: empecé a fumar por imbécil.

Seguí fumando porque es la actividad perfecta para alguien con ansiedad, me da algo que hacer. Es una manera en la que la reticencia por convivir no se ve extraña, aunque eventualmente da más ansiedad. No hablamos lo suficiente de cómo nos da la excusa para pausar. ¿Qué otra actividad nos da la oportunidad de salir a tomar el sol, pensar, mirar al vacío? Siempre tenemos que estar haciendo algo. 

Lo he vivido especialmente en mi vida profesional. Concentrarme es un reto para mí, necesito momentos para despejarme y dejar de mirar el monitor. Estando en una oficina es difícil explicar qué quieres salir a no hacer nada, sobre todo cuando tienes un jefe muy intenso. Extrañamente, no hay que justificar nada cuando tienes un cigarro. La adicción a la nicotina es razonable, recalibrarse no.

Hubo periodos en que no fumaba y tenía que cuidar no hacerlo, porque solo se necesita un cigarro para volver. Cuando pasaba, tenía que evitarlo durante un momento específico de mi día o se volvía parte de mi rutina, por ejemplo caminando hacia la escuela o el trabajo. Sino se me iba a antojar en ese momento al día siguiente y al siguiente, hasta que decidiera volver a dejarlo. Así se me iba la vida. Y cuando menos lo espere había sido fumadora por 15 años.

Ya cumplí un año entero sin fumar. Lo más que he pasado sin hacerlo. Convenientemente la última vez que lo hice fue en mi cumpleaños número 30, entonces es fácil llevar la cuenta. Cada vez que uno de mis cumpleaños se acerca, pienso en mis hábitos. El paso del tiempo siempre me recuerda que tengo que cuidarme más: hacer más ejercicio, tomar más agua, ponerme más bloqueador, comer más sano. Siempre es esa sensación de: "Ahora si ya..."

Cuando se acercaba mi cumpleaños 18, recuerdo haber dicho que dejaría de fumar con la mayoría de edad, porque "no quería llevarme ese mal hábito a la adultez". Como si fumar fuera cosa de niños o como si uno sufriera una transformación mágica al cumplir 18. Algún día voy a encontrar las palabras para describir la ternura infinita que siento por mi "yo" adolescente, pero ese día no es hoy. 

Mi miedo era cómo con el tiempo nos apropiamos de cosas que creíamos pasajeras, que dejaría de estar probando el cigarro por diversión para volverme una fumadora hecha y derecha. Que a las 12 de la noche del 29 de julio del 2010 iba a pasar de ser una chavita rebelde a una señora con voz ronca y dedos manchados. De esas que los jóvenes dicen con asombro: "mi tía se fuma 5 cajetillas al día".

No hay periodo de mi vida en el que me haya sentido verdaderamente joven. Sí, tengo perspectiva de mi edad, pero siempre espero demasiado de mí misma. Lo cual resulta en que siempre espero más madurez de la que tengo en el momento. Tenía que llegar a los 30s para poder reconocer que a los 20 todavía somos niños, no tenemos idea de la vida y podemos cagarla. Probablemente a los 30 sea igual, pero me faltan 10 años para darme cuenta.

Llegar a esta nueva década me hizo ver mis hábitos y los de las personas que me rodean en una nueva luz, porque es cierto que con el tiempo hay costumbres que se vuelven parte de nosotros y ya no es lindo. Aprender a manejar fue una decisión grande para mí. Nunca había querido hacerlo, pero a los 28 años me di cuenta que había una línea muy delgada entre que sea cute, a que sea un lastre para las personas que me rodean y me tienen que llevar a todos lados. Sentí que esa línea eran los 30 y yo estaba a punto de cruzarla. Además, me rehúso a dejar de ser cute.

Extrañamente fue un momento full-circle para mí. Después de años de escuchar a hombres romanticamente prometer que ellos eran quienes me iban a enseñar a manejar, terminé aprendiendo con mi mamá. En las mismas calles en las que hubiera aprendido si no hubieras sido tan terca a los 16.

La vida me sorprende muy seguido. Empecé a escribir este texto hace dos años, cuando aún fumaba, y no lo terminé. En ese entonces sentía que no iba a poder dejar el cigarro y me preguntaba si uno realmente deja de ser fumador o si solo tiene periodos de abstinencia. Dos años después, casi al día, encontré este texto. Y aún no tengo la respuesta a esa pregunta.

Me encantaría contar que tuve algún truco o secreto para dejar el tabaco, pero no. Ni siquiera estaba intentando dejarlo. Años de intentar asustarme a mí misma pensando en posibles enfermedades, en como maltrataba mi piel, en el olor, y nada funcionó. Un día, sin más, ya no se me antojó. Sin pensarlo fueron dos, tres, cuatro y aquí estamos. Fue una costumbre que se quedó en mis 20s, espero. Pienso que mi yo de 18 años, o 17 y medio, lo decretó cuando dijo que era un hábito que no quería llevar a la adultez, solo que esta llegó 12 años más tarde de lo que esperaba.

Pero no me pregunten a mí, yo solo soy una chica. 

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